Todavía me acuerdo de 2008. Corbata, una hora de viaje hasta la oficina, y la mañana entera en videollamadas con gente que nunca iba a ver en persona. Una escena absurda: yo en un cubículo hablando con un fantasma digital. Ahí pensé: esto no puede ser la mejor versión del trabajo.
Esa incomodidad fue la chispa de Workana. Queríamos demostrar que había otra manera: más remota, más flexible, más real.
Lo que sigue no es un manual perfecto, sino cicatrices, aprendizajes y convicciones que todavía nos guían.
1. El timing es clave, pero también la persistencia
Cuando arrancamos en 2012, decir que el futuro era remoto sonaba a ciencia ficción. Te miraban como si hablaras de colonizar Marte. Había que explicar desde cero qué significaba trabajar con alguien que no iba a pisar tu oficina nunca.
Fueron años de remar contra la corriente, de que nos digan “interesante, pero no es para nosotros”. Y aun así, seguimos.
La pandemia lo cambió todo de un día para el otro: lo raro pasó a ser obvio. Empresas que nunca se lo habían planteado nos pedían talleres, guías, soporte. Ahí entendí que a veces jugás adelantado, y la única estrategia es aguantar con convicción hasta que el contexto se da vuelta. Persistir paga, pero la cuenta tarda.
2. Claridad y coherencia… o caos
Descubrí algo brutal: si no está escrito, no existe.
“Landing page lista” podía significar un JPG para uno y un sitio online para otro. Hasta que lo escribís, lo definís y te alineás, vivís discutiendo. Escribir es ordenar. Y ordenar te da velocidad.
Pero la claridad sin coherencia es humo. No alcanza con tener manuales si después actuás distinto. No podés predicar trabajo remoto y exigir a tu equipo presencialidad y en horario de oficina. Esa incoherencia se huele, y destruye confianza.
En cambio, vivir lo que decís genera solidez. Por eso Workana no necesitó slogans para construir marca: la cultura fue la marca. Lo que hacés todos los días pesa más que cualquier claim de marketing.
3. De freelancers a ecosistema
Los clientes ven antes que vos hacia dónde va el producto. Arrancaban con algo chico, un logo o un sitio, y al año ya tenían un equipo de cinco developers trabajando de forma permanente con nosotros.
Ese patrón se repitió una y otra vez. Y nos hizo ver que el valor no estaba solo en resolver tareas puntuales, sino en acompañar la construcción de equipos. Ahí empezó un cambio fuerte: pasamos de un marketplace transaccional a un ecosistema.
Sumamos workshops, mentorías, comunidades de práctica. Si un cliente entraba por un proyecto chico, podía terminar con un equipo estable, con acceso a formación, mentorías técnicas y una red de pares. Ese círculo virtuoso multiplicaba el valor para todos.
Aprendí que el negocio no estaba únicamente en el “match” puntual, sino en todo lo que ocurre alrededor de ese vínculo.
4. Expandir es más que abrir oficinas en otro país
Convencido de que abrir mercado era cuestión de meses, me mudé a Malasia, junto con Tom y Maico. Teníamos en la cabeza una narrativa épica: plantar bandera y conquistar Asia. La realidad fue otra.
Abrir un país no es alquilar una oficina y esperar. Es entender códigos, contextos y tiempos que no son los tuyos. Aprendí que crecer afuera es un juego de paciencia, escucha y adaptación.
No fue un fracaso: fue un aprendizaje caro pero útil. Gracias a ese golpe, después pudimos asentarnos mucho mejor en Brasil, México y otros países donde la cultura y el timing encajaban mejor.
5. El futuro del trabajo es AI y será remoto por definición
Hoy la ola se llama inteligencia artificial. Roles como integradores, automatizadores o ingenieros de AI ya aparecen en Workana, aunque todavía no sean masivos. Y las empresas los buscan con urgencia.
Otra vez estamos un paso adelante: igual que en 2012, cuando decíamos “el futuro es remoto” y nos miraban raro. Hoy podemos decir con la misma convicción: si querés talento en AI, no está en tu barrio. Está en el mundo. Y lo vas a encontrar remoto.
El puente que empezamos a construir hace más de una década se conecta con lo que viene ahora.
Construir Workana no fue un camino lineal. Fue avanzar, tropezar, aprender y volver a intentarlo. Aprendí a resistir cuando nadie cree, a escribir para no confundir, a escuchar a los clientes, a pensar en sistemas más que en transacciones, y a aceptar que el futuro siempre llega desordenado.
Si algo me queda de todos estos años es esto: nadie va a creer más que vos en lo que estás construyendo. Y si vos no te la creés, no hay timing, ni mercado, ni cultura que te salve.
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